El niño ahogándose en el estanque
Publicada el 7 de agosto de 2023
Imagina que pasas caminando junto a un estanque poco profundo y ves a un niño que se está ahogando. Llevas unos zapatos y un traje muy caros, pero si quieres salvar al niño no tienes tiempo de quitártelos. No hay nadie más alrededor que pueda ayudar. ¿Qué harías?
El creador de este experimento mental es el filósofo australiano Peter Singer. Cuando pregunta a sus alumnos de Princeton si saltarían al estanque para evitar la muerte del niño, la respuesta suele ser unánime:
Me metería en el estanque y salvaría al niño. El coste del traje y los zapatos es irrelevante en comparación con el valor de una vida.
Aunque la pregunta parece poco controvertida, conlleva unas consecuencias morales sorprendentes...
¿Somos coherentes con nuestra respuesta?
Tras obtener un rotundo sí a la pregunta “¿saltarías al estanque para salvar al niño?”, Singer explica que cada día mueren miles de niños en los países más pobres a causa de enfermedades fácilmente prevenibles o curables. No solo eso: donando regularmente a las ONG más efectivas, cada uno de nosotros podría salvar a varios de esos niños sin sacrificar su calidad de vida. ¿Por qué en el caso del niño ahogándose en el estanque tenemos claro que deberíamos ayudar (aunque suponga un coste para nosotros) y, sin embargo, pudiendo salvar vidas en los países más pobres, no lo hacemos? ¿Acaso no tenemos la misma obligación moral?
Una reacción frecuente a estas preguntas es pensar objeciones por las que las dos situaciones son diferentes. Sin embargo, si las analizamos en profundidad, encontramos que los argumentos de Singer se sostienen:
-
Las donaciones no garantizan salvar vidas, a diferencia de los rescates directos
Esta objeción se basa en que no se puede garantizar que una donación a una ONG vaya a salvar vidas, en contraste con el acto directo de rescatar a un niño que se ahoga.
Hace unas décadas, cuando no estábamos globalmente conectados, podía ser muy difícil asegurarse de que las donaciones conseguían los resultados esperados. Hoy, sin embargo, no solo es posible, sino que para donantes como nosotros es muy fácil. Gracias al trabajo de evaluadores independientes como GiveWell, tenemos datos fiables sobre cuáles son las mejores formas de ayudar.
Por otra parte, la incertidumbre no parece un motivo suficiente para no ayudar: ¿no saltarías al estanque igualmente aunque no sepas seguro si conseguirás rescatar al niño? La incertidumbre justifica investigar cuidadosamente cuáles son los mejores destinos de nuestra ayuda (como hace GiveWell) pero no es un argumento convincente para no ayudar.
-
Muere tanta gente que, si estoy obligado a salvar vidas sin límite, seré yo quien termine en la pobreza
Esta objeción sostiene que no existe la obligación moral de salvar vidas porque no tendría límite y simplemente trasladaría la miseria de unas personas a otras.
Aunque llegado a un cierto punto, puede ser una objeción válida, la realidad es que la inmensa mayoría de nosotros no estamos en esta situación: no salvamos ya varias vidas cada año, de forma que si añadiéramos una más caeríamos en una pobreza irreversible; por el contrario, en general no salvamos ninguna vida. Podemos hacer mucho más de lo que hacemos sin sacrificar nuestra calidad de vida.
-
Con las donaciones no atacamos la raíz del problema: son solo un parche
Esta objeción sostiene que no tiene sentido donar, porque van a seguir muriendo niños: si no resolvemos las causas subyacentes, la verdadera “raíz” del problema, salvar vidas no es más que un parche.
Existen dos problemas con esta objeción:
- En el caso del estanque, la raíz del problema sería entonces que el estanque no está vallado. ¿Dejaríamos de rescatar al niño que está ahogándose por ello?
- Si consideras que el problema se puede solucionar con cambios estructurales, puedes donar a una ONG que se ajuste mejor a tu visión más amplia de estos problemas. Sin embargo, no ayudar de ninguna forma no parece una buena conclusión.
-
La obligación cuando tienes a alguien delante no es la misma que si está lejos
La pregunta entonces es: ¿dónde termina tu obligación cuando sabes que puedes evitar la muerte de un niño sin un gran sacrificio? ¿En tu piso?; ¿tu urbanización?; ¿tu barrio?; ¿tu ciudad?; ¿tu país? Parece que dónde pones el límite es bastante fortuito.
Nuestros sesgos hacen que nos importen más las personas que están delante de nosotros. Sin embargo, que el sufrimiento nos resulte menos conmovedor cuando no lo vemos no significa que sea menos real.
Vivimos en un mundo en el que mueren niños cada minuto a causa de enfermedades evitables. Aunque no tenemos la capacidad de ayudar a todos esos niños, sí podemos ayudar a algunos (o muchos) de ellos. En una última objeción, podríamos preguntarnos si nuestra ayuda “no es más que una gota en el océano”. Sin embargo, cada vida salvada evita una cantidad enorme de sufrimiento (basta con imaginar la muerte de un niño pequeño en nuestro entorno cercano para entenderlo). Además, no es necesario eliminar completamente un problema para que merezca la pena reducirlo. Pensemos por ejemplo, que nos ofrecen un tratamiento muy asequible que haría que, a lo largo de nuestra vida, tuviéramos dos enfermedades graves en lugar de diez. Consideraríamos que merece claramente la pena, aunque no elimine el 100 % de esas enfermedades.
Qué puedes hacer tú

Si bien, a día de hoy salvar una vida con nuestras donaciones cuesta más que un par de zapatos, la pregunta que Singer nos plantea es ¿qué nos aportan los últimos 50, 100 o 200 € que ingresamos cada mes? En algunos casos, esas cantidades serán importantes para cubrir unas necesidades básicas; pero hay muchas personas en países tan ricos como España que no lo notarían si dejaran de ingresar esos importes (o los dedicarían a gastos completamente superfluos sin pensar en ello). ¿Tenemos la obligación moral de, al menos, plantearnos utilizar ese dinero que no necesitamos para salvar vidas de niños mucho menos afortunados que los nuestros?
Al enfrentarnos a esta posible obligación moral, podríamos preferir desconectar y pensar en otra cosa. Sin embargo, podemos enfocarlo desde otro punto de vista: tenemos una gran oportunidad para ayudar a los demás con un impacto enorme. Con un esfuerzo relativamente pequeño, a lo largo de tu vida podrías salvar más vidas que un superhéroe.
¿Cómo donar de forma efectiva y con garantías?
Puede que los argumentos de Singer te hayan convencido (como a nosotros) pero te preguntes si verdaderamente es posible ayudar de forma efectiva: que el dinero llegue, que consiga resultados y que lo haga a bajo coste.
Por suerte, disponemos de evaluaciones muy rigurosas para identificar a las mejores ONG. GiveWell dedica más de 60.000 horas al año a evaluar constantemente las mejores oportunidades y a encontrar otras nuevas. Como parte de esta evaluación, se mide la relación coste-efectividad para estimar el coste de salvar una vida. A día de hoy, se estima que financiando los programas más efectivos, podemos salvar una vida por cada 4.500 - 7.000 € donados.
Donando, por ejemplo, 100 € al mes conseguiríamos salvar una vida cada 5 años.
Este experimento mental es conocido como "El niño ahogándose en el estanque" (en inglés, "The drowning child") y fue formulado por el filósofo australiano Peter Singer en su ensayo Hambre, riqueza y moralidad de 1971.
En 1997 se publicó una versión más extensa bajo el título "El niño ahogándose y la expansión del círculo moral" en la revista New Internationalist.
¡ , por favor!