500 millones, pero ni uno más
Publicada el 9 de diciembre de 2024
Nunca sabremos sus nombres.
La primera víctima no pudo ser registrada, al no existir un lenguaje escrito para dejar constancia de ello. Eran la hija o el hijo de alguien, y el amigo de alguien, y eran queridos por quienes los rodeaban. Y estaban sufriendo, cubiertos de sarpullidos, confusos, asustados, sin saber por qué les ocurría esto ni qué podían hacer al respecto: víctimas de un dios loco e inhumano. No había nada que hacer: la humanidad no era lo suficientemente fuerte, no era lo suficientemente consciente, no tenía los conocimientos necesarios para luchar contra un monstruo que no se podía ver.

Así fue en el antiguo Egipto, donde atacó a esclavos y faraones por igual. En Roma, diezmó ejércitos sin dificultad. Mató en Siria. Mató en Moscú. En la India, cinco millones de muertos. Mató a mil europeos cada día en el siglo XVIII. Mató a más de cincuenta millones de nativos americanos. Desde la Guerra del Peloponeso hasta la Guerra Civil, mató a más soldados y civiles que cualquier arma, cualquier soldado, cualquier ejército. (No es que esto impidiera a las almas más insensatas y huérfanas intentar aprovechar el demonio como arma contra sus enemigos).
Las civilizaciones crecieron y se desmoronaron, y el demonio permaneció. Los imperios se alzaron y cayeron, y el demonio prosperó. Las ideologías florecieron y declinaron, pero a él no le importó. Matando. Mutilando. Extiendéndose. Un dios ancestral y enloquecido, oculto a la vista, que no podía ser combatido, no podía ser enfrentado, ni siquiera podía ser comprendido. No era el único de su clase, pero sí el más devastador.
Durante mucho tiempo no hubo esperanza, sólo la amarga y hueca resistencia de los supervivientes.
En China, en el siglo XV, la humanidad comenzó a contraatacar.
Se observó que los supervivientes de la maldición del dios loco no volverían a ser tocados: habían tomado parte de ese poder para sí mismos, y estaban así protegidos de él. No sólo eso, sino que este poder podía compartirse consumiendo algún resto de las heridas. Había un precio, ya que no se podía tomar el poder del dios sin derrotarlo primero, pero una batalla menor, en términos de toda la humanidad.
En el siglo XVI, la técnica se extendió a la India, luego por toda Asia, el Imperio otomano y, en el siglo XVIII, Europa. En 1796, Edward Jenner descubrió una técnica más potente.
Una idea comenzó a tomar fuerza: tal vez sería posible matar al dios ancestral.
Un susurro se convirtió en una voz; una voz se convirtió en una llamada; una llamada se convirtió en un grito de guerra, recorriendo pueblos, ciudades, naciones. La humanidad comenzó a cooperar, extendiendo el poder protector por todo el mundo, enviando a maestros en el oficio para proteger a poblaciones enteras. Pueblos que antes habían sido enemigos declarados se unieron en una causa común para esta única batalla. Los gobiernos ordenaron que todos los ciudadanos se protegieran, ya que dar una sola vida al viejo enemigo pondría en peligro a millones de personas.
Y, palmo a palmo, la humanidad hizo retroceder a su enemigo. Menos amigos lloraron; menos vecinos quedaron inválidos; menos padres tuvieron que enterrar a sus hijos.
En los albores del siglo XX, por primera vez, la humanidad desterró al enemigo de regiones enteras del mundo. La humanidad flaqueó muchas veces en sus esfuerzos, pero hubo personas que nunca se rindieron, que lucharon por el sueño de un mundo en el que ningún niño o ser querido volviera a temer al demonio. Viktor Zhdanov, que hizo un llamamiento a la humanidad para que se uniera en un último esfuerzo contra el demonio; el gran estratega Karel Raška, que concibió un plan para aniquilar al enemigo; Donald Henderson, que dirigió los esfuerzos en esos últimos días.
El enemigo se debilitó. Los millones se convirtieron en miles, los miles en docenas. Y entonces, cuando el enemigo atacó, decenas de personas salieron a desafiarlo, protegiendo a todos aquellos a los que podía poner en peligro.
El último ataque del enemigo en estado salvaje fue a Ali Maow Maalin, en 1977. Durante los meses siguientes, se realizaron barridos en los alrededores, buscando cualquier último y desesperado escondite en el que pudiera permanecer el enemigo.
No encontraron ninguno.
El 9 de diciembre de 1979, la humanidad declaró la victoria.

Este demonio, el horror imposible de recordar, el monstruo que se llevó a 500 millones de personas de este mundo, fue destruido.
Tú eres un miembro de la especie que lo hizo. Nunca olvides de lo que somos capaces cuando nos unimos y declaramos la batalla a lo que está roto en el mundo.
Feliz día de la erradicación de la viruela.
500 Million, But Not A Single One More fue publicado originalmente en inglés el 9 de diciembre de 2014.
¡ , por favor!